junio 29, 2008

El Juego de la Soja: los Pool de Siembra



Abran el Juego, Reforma Agraria.
La Tierra es un recurso natural al igual que el petróleo, y es agotable y por su mal uso pueden quedar infértiles vastas zonas de nuestro país, nunca debe quedar en manos privadas. Nacionalizar la riqueza del país es la única forma de redistribución posible.
La salud, la educación, la vivienda, la comida, son bienes y derechos sociales a los que todo habitante debe acceder.
Mientras eso no ocurra no existe verdadera democracia.

2 comentarios:

Jorge dijo...

te enteraste, por casualidad, de cómo resultaron las experiencias de nacionalización de tierras en otras partes del mundo?

por ejemplo, la colectivización agraria de Stalin...

Tao777 dijo...

"En noviembre de 1911, Zapata proclamó suPlan de Ayala, al tiempo que anunciaba: «Estoy dispuesto a luchar contra todo y contra
todos». El plan advertía que «la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos
no son más dueños que del terreno que pisan» y propugnaba la nacionalización total de los
bienes enemigos de la revolución, la devolución a sus legítimos propietarios de las tierras
usurpadas por la avalancha latifundista y la expropiación de una tercera parte de las tierras
de los hacendados restantes. El plan de Ayala se convirtió en un imán irresistible que atraía
a millares de campesinos a las filas del caudillo agrarista. Zapata denunciaba «la infame
pretensión» de reducirlo todo a un simple cambio de personas en el gobierno: la
revolución no se hacía para eso.
Cerca de diez años duró la lucha. Contra Díaz, contra Madero, luego contra Huerta, el
asesino, y más tarde contra Venustiano Carranza. El largo tiempo de la guerra fue también
un período de intervenciones norteamericanas continuas: los marines tuvieron a su cargo
dos desembarcos y varios bombardeos, los agentes diplomáticos urdieron conjuntas
políticas diversas y el embajador Henry Lane Wilson organizó con éxito el crimen del
presidente Madero y su vice. Los cambios sucesivos en el poder no alteraban, en todo caso,
la furia de las agresiones contra Zapata y sus fuerzas, porque ellas eran la expresión no
enmascarada de la lucha de clases, en lo hondo de la revolución nacional: el peligro real.
Los gobiernos y los diarios bramaban contra «las hordas vandálicas» del general Morelos.
Poderosos ejércitos fueron enviados, uno tras otro, contra zapata. Los incendios, las
matanzas, la devastación de los pueblos, resultaron, una y otra vez, inútiles. Hombres,
mujeres y niños morían fusilados o ahorcados como «espías zapatistas» y a las carnicerías
seguían los anuncios de victoria: la limpieza ha sido un éxito.
Pero al poco tiempo volvían a encenderse las hogueras en los trashumantes campamentos
revolucionarios de las montañas del sur. En varias oportunidades, las fuerzas de Zapata
contraatacaban con éxito hasta los suburbios de la capital. Después de la caída de régimen
de Huerta, Emiliano Zapata y Pancho Villa, el «Atila del Sur» y el «Centauro del Norte»,
entraron en la ciudad de México a paso de vencedores y fugazmente compartieron el poder.
A fines de 1914, se abrió un breve ciclo de paz que permitió a Zapata poner en práctica, en
Morelos, una reforma agraria aún más radical que la anunciada en el Plan de Ayala.
El fundador del partido Socialista y algunos militantes anarcosindicalistas influyeron
mucho en este proyecto: radicalizaron la ideología del líder del movimiento, sin herir sus
raíces tradicionales, y le proporcionaron una imprescindible capacidad de organización.
La reforma agraria se proponía «destruir de raíz y para siempre el injusto monopolio de la
tierra, para realizar un estado social que garantice plenamente el derecho natural que todo
hombre tiene sobre la extensión de tierra necesaria a su propia subsistencia y a la de su
familia». Se distribuían las tierras a las comunidades e individuos despojados a partir de la ey de desamortización de 1856, se fijaban límites máximos a los terrenos según el clima y
la calidad natural, y se declaraban de propiedad nacional los predios de los enemigos de la
revolución. Esta última disposición política tenía, como en la reforma agraria de Artigas,
un claro sentido económico: los enemigos eran los latifundistas. Se formaron escuelas de
técnicos, fábricas de herramientas y un banco de crédito rural; se nacionalizaron los
ingenios y las destilerías, que se convirtieron en servicios públicos. Un sistema de
democracia locales colocaba en manos del pueblo las fuentes del poder político y el
sustento económico. Nacían y se difundían las escuelas zapatistas, se organizaban juntas
populares para la defensa y la promoción de los principios revolucionarios, una
democracia auténtica cobraba forma y fuerza. Los municipios eran unidades nucleares de obierno y la gente elegía sus autoridades, sus tribunales y su policía. Los jefes militares ebían someterse a la voluntad de los burócratas y los generales la que imponía los
sistemas de producción y de vida. La revolución se enlazaba con la tradición y operaba «de
conformidad con la costumbre y usos de cada pueblo..., es decir, que si determinado
pueblo pretende el sistema comunal así se llevará a cabo, y si otro pueblo desea el
fraccionamiento de la tierra para reconocer su pequeña propiedad, así se hará.».
En la primavera de 1915, ya todos los campos de Morelos estaban bajo cultivo,principalmente con maíz y otros alimentos. La ciudad de México padecía, mientras tanto,
por falta de alimentos, la inminente amenaza del hambre."

Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano

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